sábado, 27 de septiembre de 2025

LUIS MONTERO: FASCINACIÓN POR LA HISTORIA

Por: Miguel Godos Curay

Los Funerales de Atahualpa, cuadro insigne del pintor Luis Montero Cáceres.
 

La nueva novela Los Funerales de Atahualpa de Roberto Talledo Manrique aborda un tema apasionante y poco conocido en Piura. La vida, trayectoria y obra del insigne pintor piurano Luis Francisco Montero Cáceres (Piura, 7.X.1826 - Callao, 22.III.1869). Sin duda, uno de los más representativos del siglo XIX junto a Ignacio Merino Muñoz (Piura, 30.I.1817-París, 17.III.1876). Merino nació nueve años antes que Montero. Al asumir, en 1841, la Dirección de la Academia de Dibujo y Pintura de Lima fue maestro de tres grandes promesas de la pintura nacional: Francisco Laso, Luis Montero y Francisco Masías. Los más destacados pintores de la república. Todos ellos se nutrieron de las técnicas de la academia y como Rembrandt aprendieron que el juego de luces y sombras constituye el secreto de cualquier cuadro en donde aflora la íntima espontaneidad del retrato o de la escena en este menester en donde el artista recrea en la mente lo que quiere alcanzar con sus pinceles, la paleta o el estilo personal que pasan a ser atributos secundarios. Con Luis Montero sucede lo mismo es un estudioso del detalle en el que cada imagen tiene su contexto y propia significación. Por eso su cuadro Los Funerales de Atahualpa, en formato extraordinario, deslumbra y conmueve.

IGNACIO  MERINO Y LUIS MONTERO: DOS GRANDES DE LA PINTURA

Montero Cáceres nació cinco años después de la jura de la Independencia de Piura el 4 de enero de 1821. Desde este momento Piura es escenario de convulsión política y resistencia cuyo desenlace funesto fue la nefanda noche del 7 de junio de 1829 en la que Gamarra depuso al Presidente y Gran Mariscal del Perú don José de la Mar quien participaba aquel día de un recibimiento cordial de los piuranos. Su excelencia fue sacado a la fuerza de la reunión y obligado a marchar a Paita y embarcado en una goleta estrecha y desvencijada de nombre Mercedes con destino al destierro en San José de Costa Rica donde murió en la pobreza y conmovedor ostracismo el 11 de octubre de 1830. Sus restos fueron traídos a Piura por doña Francisca Otoya, quien los guardó en su casa de la Calle Real y posteriormente jirón Lima hasta entregar la urna con los restos del Gran Mariscal a la Comisión del Supremo Gobierno el 28 de enero de 1847.

¿CÓMO ERA PIURA? EL TESTIMONIO DE HIPÓLITO UNÁNUE


Cuando el polígrafo Hipólito Unánue edita su Guía del Perú en 1796 la población del partido de Piura era de 44,491 habitantes de los cuales 2,874 eran españoles; 24,797 indios; 10,654 mestizos; 2,503 pardos libres y 884 esclavos. Regístrense también 61 clérigos y 18 religiosos. En el orden militar hay un batallón de Infantería de 430 plazas, un escuadrón de 240 plazas, un escuadrón  de Chalaco con 235 plazas y un escuadrón de Amotape con 240 plazas.

Este es el escenario donde se desarrolla el sabroso relato de historia y ficción sobre la vida de Luis Monero un olvidado artista nacional que en su momento fue destacado alumno y discípulo de Ignacio Merino. Montero murió a los 43 años víctima de la fiebre amarilla que desolaba el puerto del Callao. Grau, se inmoló en punta Angamos a los 45 años. La grandeza de Piura se convirtió en sueño eterno a una edad prometedora.

El relato de Talledo Manrique reúne detalles entrañables sus propias vivencias personales en las aulas sobre  este personaje que mereció  la admiración de los vecinos que lo consideraban un combativo héroe de los que decoran parques y plazas. Pero no, Luis Francisco Montero Cáceres, era un pintor, un artista de enorme significación para el Perú. Su existencia tiene ribetes de audacia y aventura por Europa en donde gracias al apoyo del gobierno pudo realizar con mucha incertidumbre su formación académica. Los vaivenes de la política, muchas veces, lo dejaban sin las puntuales remesas del gobierno. Merino vivió sin apremios en París. Montero en Florencia, hacía malabares, dedicado a su formación como pintor.

ROBERT TILLER UN ENTRAÑABLE MAESTRO DE ARTE

Imaginemos al buen padre implorando al pintor José Anselmo Yañez impartiera clases de dibujo a su hijo Luis Francisco. Yañez, procedente de Quito, se dedicaba al retrato de los ricos señorones de las haciendas y jabonerías de Piura. Sus lienzos decoraban las viejas casonas de la Calle Real. El quiteño en ningún momento mostró disposición por compartir su arte temeroso de la competencia. Fue en estas correrías y vicisitudes que cayó por los calabozos de la cárcel de Piura, Robert Tiller, un norteamericano falsificador de moneda. Sin embargo, hábil y diestro en el arte de la pintura y la miniatura.

Tiller impartió diarias lecciones de dibujo al adolescente Luis Montero con la generosa posibilidad de mejorar la merienda austera y frugal de la prisión. La indeleble pasión por el dibujo y la caricatura se acrecentó en el pequeño gracias a Tiller, una especie de yanqui en la corte del rey Arturo. Montero a los once años fue aplicado alumno de las impecables lecciones de arte tras las rejas. Eso sí, siempre, bajo el atento cuidado de Toya su espléndida nana de ébano fino. 

CIUDAD DE TRAJINES, ALGARROBOS Y DUNAS

La Piura independiente de 1826 era diminuta y dependía de los trajines de los viajeros por las sendas de caminos movidos caprichosamente por los vientos que mudan a su antojo los médanos y dunas del desierto sin dejar atisbo de las huellas en la arena. Los arrieros se orientan por el sol, si es de día y por las estrellas en las noches consteladas. Una señal segura es la de llevar siempre el viento sobre la cara y seguir las huellas de los arrieros que sin suprimir fatigas reposan en improvisadas pascanas.

El agua es transportada en calabazos en cada uno de los bolsones de enormes alforjas para la sed de la piara durante el viaje. Los indios y mestizos visten a la española y las mujeres un anaco negro sin mangas que atan a la cintura.  Las solteras y viudas lucen dos trenzas. Las casadas una sola con la que forman un moño que recorre la espalda. Usan rebozo para protegerse del sol inclemente como en el Magreb. Entre los árboles favoritos destacan el algarrobo proveedor de forraje y el tamarindo para elaborar refrescos. En el trayecto a Lima siempre llevan atados de cascarilla procedente de Loja para la calentura de las tercianas y otras hierbas de la farmacopea local.

LAS MEJORES MULAS DEL PERÚ

La vida económica de Piura se sustenta en el comercio intenso con Loja y Quito del pabilo de algodón; jabones y cordobanes obtenidos del sebo y pellejos de los hatos de cabras que abundan en los poblados dispensando leche nutritiva con la que elaboran quesos, quesillos y natillas bien ponderadas por su delicioso sabor. Son muy apreciados los asnos, llamados piajenos (el pie ajeno), para el transporte y las faenas agrícolas. Las mulas, son las más apreciadas, en toda la región por ser consideradas las “más finas y mejores de todo el Perú”. Recuas de burros facilitan el comercio de la sal entre la costa y la sierra.

La Piura de 1826 mantiene el trazo de su fundación definitiva el 15 de agosto de 1588 bajo la advocación de Nuestra Señora de la Asunción. En medio la plaza mayor, al frente la Iglesia, al otro extremo el cabildo, la cárcel o justicia, a la izquierda el hospital Betlemítico y a la diestra los solares de los principales vecinos. Al norte las jabonerías y barrios de negros, al sur el barrio de Indios de la parroquia de San Sebastián. En este ambiente movido por noticias de boca a oreja transcurría la vida de Piura. Imaginemos al mozo Luis Francisco Montero en sus recorridos por la plaza en donde recalaban con sus piaras los mercaderes del norte y sur de la ciudad.

LA AUSTERA VIDA DEL ARTISTA EN EUROPA

Podemos dar fe de las numerosas pesquisas del autor en archivos, bibliotecas, publicaciones, entrevistas, diarios que dan cuenta de la trayectoria de Montero en Europa, su vida austera y precaria a consecuencia de los desentendimientos políticos en Palacio de Gobierno. Su itinerario por La Habana (Cuba) es un hito importante en su vida. Su viaje y presencia en Cuba es posible gracias al Conde de Cheste hijo del Virrey del Perú don Joaquín de la Pezuela. Es aquí, en La Habana, en donde conoció y contrajo marimono con Juana López Coz nacida en Puerto Príncipe y compañera inseparable hasta su muerte.

En Cuba fue incorporado como miembro honorario del Liceo Artístico de La Habana. De retorno al Perú el 7 de agosto de 1860 inauguró en Lima junto con Francisco Laso una muestra de pinturas. En las diecinueve obras de Montero estuvo El mendigo y su hija, El Perú libre, Magdalena, La degollación de los inocentes, entre las más importantes. Laso expuso su Santa Rosa de Lima, Habitante de las cordilleras del Perú, La justicia y Las tres razas.

UN ITINERARIO DE INOLVIDABLES RECUERDOS

Junto a los relatos sobre el pintor Montero queda el itinerario de Roberto Talledo Manrique al lado de Armando Arteaga, un humanista sensible y gran lector, sobre tantos rincones de Lima con historia y recuerdos inolvidables. Horas interminables de conversación en las que inteligencia e imaginación dan vida con la lámpara maravillosa del recuerdo a esa historia menuda y a la evocación sentida del ayer. Pocos como él practican el humanismo como una forma de vida. Como esa posibilidad de evocar y vivir en carne propia la grandeza intelectual del Perú. Es un rescate necesario que hay que brindar a los jóvenes a quienes esperan las bibliotecas. Este fue un motivo cardinal de las conversaciones con LAS, Vargas Llosa y Miguel Gutiérrez. El humanismo es mucho más que un desafío intelectual. Es descubrir, en las democráticas librerías del suelo, que los jóvenes que más leen son los que menos tienen. Ahí está cifrada la esperanza en un Perú mejor en donde se expande la inteligencia y el saber. Roberto puedo decirlo.  Has dado en el clavo algo así como la vehemente pasión  de Conrado Ruiz cuando tenía ante sus ojos un sello postal irrepetible.

VICENTE QUESADA EL BIÓGRAFO DEL ARTISTA

El biógrafo Vicente Quesada (1867) da cuenta de su presencia y formación académica en Florencia tras recibir una beca otorgada por el presidente Ramón Castilla a quien Montero había retratado en una miniatura con la opinión favorable de Ignacio Merino. Montero estuvo en Florencia en tres oportunidades y sus logros están perennizados en sus cuadros:  La Venus dormida, considerada el primer desnudo pintado en Sudamérica (1849-1851); La limeña en la hamaca (1855) y Los Funerales de Atahualpa (1862-1867).  La imagen conocida de Luis Montero fue publicada en El Perú Ilustrado, Lima,25 de enero de 1890.

Antes de viajar a Florencia por tercera vez bullía en el su propósito de pintar Los Funerales de Atahualpa. Había iniciado el estudio de cada uno de los personajes que aparecen en la escena Pizarro, el padre dominico Valverde, las hermanas del inca y los soldados más representativos de la hueste perulera. A lo que se suma una lectura profunda de la Historia del Descubrimiento y Conquista del Perú de William Prescott y otros cronistas como un zahorí ansioso de reproducir el momento. Se afirma que el propio artista es el tercer personaje del cuadro. La imagen reúne a 33 personajes cuyos bocetos fueron esbozados al detalle. Algunos críticos sostienen con pretensión esotérica que se trata de una alusión a la edad de Cristo. Otros que las indias adoloridas que acompañan al difunto son florentinas estremecidas por el dolor.

PRESCOTT Y EL FINAL DEL INCA

Una crónica  de la prensa italiana reproducida en Piura anota lo siguiente: “El cuerpo del Inca quedó toda la noche en el lugar del suplicio. Al día siguiente fue trasladado a la Iglesia de San Francisco, donde con gran pompa fueron celebradas sus exequias., Pizarro con sus oficiales asistieron en traje de luto, y todas las tropas intervinieron devotamente en la función fúnebre, La ceremonia fue interrumpida por muchos gritos y sollozos, oídos de repente cerca de las de las puertas de la iglesia, las que abriéndose violentamente, dejaron entrar a muchas mujeres y hermanas del difunto; invadiendo estas la gran nave del templo se postraron alrededor del cadáver, diciendo no ser así el modo de  celebrar los funerales de un  Inca, y declarando estar dispuestas a sacrificarse sobre su tumba y acompañarlo al país de los espíritus.

Los asistentes escandalizados por tan loco proceder, contestaron a las mujeres que Atahualpa había muerto cristiano y que el Dios de los cristianos aborrecía estos sacrificios. Luego las intimaron a salir de la iglesia, pero en el momento de salir muchas se arrancaron la vida, con la vana esperanza de acompañar a su querido amo a las resplandecientes moradas del sol.

LOS FUNERALES DE ATAHUALPA

La entonación del cuadro es robusta y el valiente autor logró encontrar bellísimos efectos en una luz tranquila, sin caer en exageraciones. Este es nuestro juicio del egregio Montero, juicio libre de pasiones y de segundos fines. El público y sólo los inteligentes podrán ver que no nos hemos engañado”.

“Los Funerales de Atahualpa” (1862-1867) es una patente sintonía con el Perú y su historia. No es una pintura para ilustrar la historia sino un cuadro de género histórico en un formato que captura la mirada de los diletantes. Un estudioso apasionado de Montero que ha permitido seguir el itinerario del artista es Marco Iván Cabrera Hernández, Historiador de Arte y autor de la tesis “Academicismo y retrato en la obra pictórica de Luis Montero, UNMSM,2013. 

En su estancia en Florencia digno es de mencionar el apoyo del doctor don José Luis Mesones Ubillús, huancabambino de nacimiento. Brillante abogado, político y diplomático. Doctor en Jurisprudencia por la Universidad Nacional de Trujillo (1849) rector, diputado y participante en la redacción de la Constitución de 1867. Una de las dificultades que tuvo que superar Montero fue la de pintar a Atahualpa en su lecho de muerte. Para ello utilizó los apuntes de su amigo fallecido Francisco Palemón Tinajero muerto por estos días.

PALEMÓN TINAJERO LA INOMORTALIDAD DEL INCA

Palemón Tinajero, era un talentoso dibujante y calígrafo que se estableció en Florencia como amanuense del doctor Mesones Ubillús. Sus visitas al atelier de Montero eran siempre celebradas por su generosidad en los tiempos difíciles. Palemón Tinajero enfermo probablemente de tuberculosis no soportó el frío invierno. El cadáver, conmocionó a Montero y fue el  modelo para el rictus de muerte del último inca. Según el testimonio de don José Luis Mesones quien autorizó el modelaje póstumo: “Montero tenía necesidad de un indio muerto para simbolizar al Inca; dibujó al pobre Tinajeros antes de que lo pusiesen en su cajón”.

MESONES UBILLÚS UN HUANCABAMBINO EN LA SANTA SEDE

El Diplomático Huancabambino doctor José Luis Mesones Ubillús

En 1867, trescientos treinta y cinco años después de la muerte del Inca Atahualpa, el pintor peruano Luís Montero finalizó en Italia su cuadro Los funerales de Atahualpa. En abril de 1867 la pintura estaba concluida, el cuadro medía 4,2 x 6,0 metros y pesaba aproximadamente 200 kg.  El doctor Mesones Ubillús desde Lima movió cielo y tierra para que el cuadro de los funerales llegara al Perú. El periplo no fue breve. Arribó primero a Río de Janeiro (Brasil) en donde Montero organizó la primera exhibición pública del cuadro en el Teatro de San Pedro de Alcántara. La aprobación de la prensa fue unánime.  Incluso el Emperador de Brasil y la familia real, contemplaron durante horas la obra, Posteriormente prosiguieron las presentaciones con ciertas dificultades en Montevideo y Buenos Aires.

UN CUADRO QUE DEBE ESTAR EN EL CONGRESO

El 12 de septiembre de 1868 desembarcó en el Callao. En Lima la exposición, se realizó en la sede de la Escuela Normal desde el 26 de septiembre de 1868. Según la crónica periodística, asistieron más de treinta mil personas en los primeros quince días. Luis Montero finalmente donó la pintura al Congreso de la República del Perú, “como un obsequio simbólico, íntimo y profundo a la memoria nacional”. La aceptación reconocida por ley no sólo daba cuenta de la valía de Montero sino que le confería una medalla de oro al mérito artístico y un premio económico de 20,000 soles como justo estímulo al artista. Tengo la plena convicción y certeza que corresponde a los lectores de esta historia divulgar esta obra en forma de relato fascinante para los piuranos de ayer y de hoy. Sin duda que nos enriquece.

Piura, agosto del 2025.

domingo, 14 de septiembre de 2025

ANOCHE ESTUVE EN PIURA

POR: ENRIQUE LÒPEZ ALBÚJAR

 

 (Chiclayo, 1872 - Lima, 1966)


Anoche estuve en Piura,

anoche, a media noche, por ventura,

ansioso de mirarla, reandarla, sentirla

y aspirar su terrígena fragancia

para como el gigante mitológico,

recuperar mis fuerzas al pisarle.

Un viaje sin primera ni tercera,

sin esa doble esclavitud odiosa

del pasaporte y la maleta,

ni la alegría del que parte,

ni la tristeza del que queda.

Y algo más admirable todavía:

sin peligro de mares por abajo

ni caprichos de vientos por arriba,

como que, por fortuna,

hacía el viaje gratis y en brazos de la Luna.

(Es hoy, siendo tan fácil, tan difícil

Hacer por cuenta propia un viaje aéreo

Al primer astro que pase por el Cielo;

o ser embajador de la ONU,

o hijo adoptivo del Estado.

Aunque a mí en cierta vez, me es grato recordar

Salió obsequiándome uno el Tío Sam)

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         ¿Qué impulsos o qué anhelos reprimidos

hasta esa tierra me llevaron?

Nostalgias del terruño, deudas sentimentales,

reminiscencias de mis románticas lucha

en las que opuse al sable el verbo,

a la prisión una sonrisa

y a la amenaza mi desprecio?

¿Mensajes telepáticos,

Enviados desde allá por mis queridos muertos,

Ésos que , a más del ser,

Dicha y amor me dieron?

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            ¿Quién  descifrar podría

el porqué de mi astronómica aventura

la rígida  razón dirá:  ¡Mentira!

El sentido común dirá: ¡Locura!,

porque de sur a norte

jamás gira la Luna.

Pero a los que así creen o discurren

olvidan que la Luna por algo es femenina,

y que tal vez celosa de la Tierra;

por verme día y noche pegado siempre a ella

se le  antojó brindarme su regazo,

cambiar de rumbo y luego darse el gusto

de pasear conmigo un rato.

Pues ¿para que hizo Dios a los poetas

sino para inspirarles amor hasta los astros?

 

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             Y lo que iba la Luna diciéndome al oído,

mientras gemir hacia su saxófono el viento,

y las nubes tendiánle  a sus pies sus alfombras

y celoso miraba nuestro paso un lucero

“Lo que estoy haciendo por ti, pobre hombrecito,

Va a despertar revuelo entre los astros.

Ya me parece ver a Marte enfurecido

cuando pasar te vea tendido en mi regazo

cual si fueras mi amante,

favor que a sin ningún astro jamás he concedido.

Y a Saturno, vejete petulante

que por ser él el único que luce tres anillos,

con los que alborotadas mantiene a las estrellas,

quizás si se imagina que puede impresionarme.

Y Venus, esa hipócrita y sensual vampiresa,

que vive envanecida porque  todos le alaban

su nefasta belleza,

y por creer que con ello tiene todo;

mas la muy simple ignora

que el todo nada vale si falta la cabeza.

Sólo  el tremendo Júpiter, ese sultán del cielo

nos verá indiferente, pues él, en vez de una

tiene en su harén más de una Luna”

“¿Más de una Luna? -murmuré yo exaltado.

Cómo, también aquí se usa la poligamía”.

Y olvidado del yugo que dejaba en la Tierra,

echando a un lado toda mi flaca honestidad,

añadí: “Reina mía, perla del firmamento,

déjame aquí tirado

cuando me traigas de regreso”

Ante este presuntuoso ruego mío,

soltó una carcajada la muy tuna

y, cambiando de diálogo y de tono,

me gritó, señalándome una bolita obscura:

“Baja que ya llegamos”. ¿bajar…bajar? ¿Y cómo?

Viendo mi confusión, volvió a reír la Luna

y a mirarme de un modo que me sentí humillado.

Mas de ponto se me irguió mi dignidad

y pensé: “¿No soy hombre? Y si hombre soy

¿qué puede a mi importarme dar desde aquí un salto?

¿ Por qué arredrarme ante esta fluida inmensidad

que  silenciosa e imponente a mis pies veo?

Yo soy en este instante un astro, más que un astro,

Porque puedo idear, sentir, querer

y hasta darle alas y pico a mi voluntad,

lo que esas tristes moles jamás podrán hacer”

Y apenas acabé de pensar esto,

 púsele una acerada cota a mi corazón,

hice un paracaídas de mi pensamiento

y me lancé al vacío como un conquistador.

Así pasé una eternidad de angustia,

pero, al fin, como Triana,

pude gritar, alborozado: ¡Tierra!

y un segundo después, exclamar:¡Piura!

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         Que rejuvenecida y embellecida estaba

la grausina ciudad, pero también  ¡que muda!,

cual si estuviera de placeres harta.

Nada de ruidos de mundanas fiestas,

de cócteles-danzantes, de cabarets y boites.

Nada de esas nasales cancionetas radiales

con las que el yanqui, día y noche,

hace inútil derroche

de insulsa poesía,

ni de aquella simiesca

y fingida alegría

que, entre guiños, sonrisas y menos,

no escupen al rostro negroides orquestas.

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         Nada de ese nocturno flujo y reflujo humano

que en toda ciudad grande es como un reflejo

de la holgura y euforia del hombre ciudadano.

Nada del jaranero rebullicio

de esas piuranas fiestas de arroz y gallo muerto,

en las que, al alba, entre ayes, puñaladas y tiros,

y ternos y suponcios, resultaban

una doncella menos y un hombre más tendido;

ruidos que aunque a mil leguas del terruño

un provinciano viva, jamás deja de oírlos.

Estaban ya olvidadas y con ellas

las de otros tiempo noches de locos parrandeos.

Ahora no, ya no la resalada marinera,

 ni el quimboso tondero del mangache chichero,

que al son de enardecidos cantos

azuzaban guapidos y palmadas,

mientras las femeninas y túrgidas caderas

tejían incitantes culebreos

y en torno a ellas un mozo endomingado

entre floreos de talón y punta

y alados giros de pañuelo, a estos culebreos con los ojos

interpretaba y recogía,

a la vez que unas manos, manos de estirpe zamba,

hacíanle cosquillas

hasta hacerla gemir, a la guitarra.

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          Una por una fui recorriendo sus calles

exhumando recuerdos, como un sepulturero,

y ellas, una por una, me iban mostrando, ufanas,

los frontis jactanciosos de sus modernas casas;

frontis tras los que yo dejé entre beso y beso,

todo lo que en las horas del placido embeleso,

del corazón se escapa.

Frontis tras los que hacían,

entre muros de barro y techumbres de paja,

fosilizada y enclaustrada vida

la humilde plebe y la soberbia aristocracia.

“Mírame como quieras -parecían decirme-.

Hoy somos, para gloria y ufanía de Piura,

la expresión de una nueva y pulcra arquitectura,

de un arte que ha llegado a desafiar al vértigo

y a darnos, para hacernos más esbeltas y fuertes;

el cemento por músculo, por arterias, el hierro”

 

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             Y en verdad que así era, para alegría mía;

Pero también tristeza, ya que yo iba anheloso

de ver lo que creía viviendo todavía.

¿Qué podría importarles mis viejos recuerdos

aquellas moles frías, de  pisos encumbrados,

que parecen estar siempre obstinadas

en mirar hacia arriba pero nunca hacia abajo,

y como expresamente levantadas

para retar el tiempo, presumir poderío

y decirle al que pasa:

“Aquí vive ostentando y luciendo un nuevo rico”

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              Ya no estaban en ellas ,¡qué pena y desencanto!,

las puertas y ventanas de mis nocturnas citas,

francas las unas para recibirme,

entreabiertas las otras y en penumbra sumidas,

mas de repente iluminadas

por los ojps radiantes de las que me esperaban.

¡Ni los patios tampoco!

Tampoco esos regazos hogareños

de las viejas casonas,

donde, al vaivén arrullador de las potronas

mecían los abuelos.

hartos de sol y de tedio provinciano,

todo lo que sentían y hacían en el día,

todo lo que en la noche platicaban

después del chocolate y el rosario;

donde la muelle y celestina hamaca

servía para hacer el amor más piurano

y más real el contacto de los cuerpos

que desean, que se atraen y se aman.

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          Todo esto no existía, ni siquiera

aquel rumboso y gran señor,

terriblemente mujeriego

y más terrible jugador,

que en las tardes salía

a regar por las calles gallardía

y a hacer latir a más de un corazón;

terciando al ambarino poncho de vicuña,

el jipijapa hundido hasta las cejas,

un poco truhán y gacho,

desafiador el híspido mostacho

y jinete  en bufante caballo braceador,

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         Otro era el hombre de hoy, otro muy otro,

Al que, sin verle, me lo imaginaba

ventralmente dichoso dentro su robe de chambre,

despatarrado sobre ese mueble chato,

llamado falsamente confortabl e,

roncando y resollando fuellemente

y oliendo a wisky y a tabaco.

 

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         ¿Y la lírica Plaza, la gran Plaza

-tacita de oro de la urbe-

en donde  las banderas, las letras y las armas

se juntan en los días clásicos  y gloriosos

para incensarse con el himno  de la Patria?

Ahí estaba, intangible, invitando al reposo

y a la meditación, impregnada de aromas

y de opulentas flores estrellada.

Y en el centro, como una diosa griega, la Pola,

de pie, simbolizando hasta la eternidad

a la que los libertos de Bolívar

llaman, cuando la necesitan, Libertad.

Sí, Libertad, pero a la que ellos,

en las horas menguadas en que la ambición tienta

y hace al escarabajo dejar su estercolero,

y que los pobres diablos se tornen ricos diablos,

y que los Judas corran a ofrecerla en venta,

sorprendan y mancillan, ebrios de odio y anárquicos. 

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             Más y no la vi así. Para mí en ese instante

no era la diosa augusta que el hombre tanto exalta.

No pude verla como la viera yo de niño,

cuando feliz, en torno suyo correteaba

y profanaba su silencio con mis gritos.

Y es que entre flores y árboles no puede estar bien nunca

la que a los hombres debe mostrarse siempre libre,

sin nada que deslustre su porte soberano,

forzosamente libre, para así poder verla

como se ven las cumbres y los astros.

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       Hartas ya mis pupilas de blancura marmórea

Partí en pos de otra rozagante placita,

en donde el gran maestro don Ignacio Merino,

en traje de atelier, engorrado y barbudo,

paleta en mano y pincel listo,

extraño a los tumultos escolares,

al desfile de fieles y sotanas,

a procesiones y estridencias de cobres y tambores,

de bronces y castillos,

a todo es continuo barajas de la vida

ha mas de cuarenta años

hace ahí de Tilemón El Estilista.

Ah, si pintar pudiera,

qué telas las que pintaría,

qué trágicas escenas  saldrían de sus manos,

cuánta tierra regada con sangre y llanto de indio,

qué venganzas más fieras que  aquella de Cornaro

y que amañadas ventas de títulos sin títulos!

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         “¡Basta! -me dije-, y vamos a esa otra en que Pizarro

erguido y arrogante, como buen español,

Con la diestra extendida, parece que quisiera

rasgar el firmamento y hacer parar el sol”

Y ahí estaba, espada al cinto,

no desnuda, como la debiera ostentar,

y con la punta señalando el suelo,

para así, a quien le mire, recordar

aquel sublime instante de fe y resolución,

en que después de, enfático exclamar:

“Por allá se va a ser pobre y por aquí a ser rico”,

trazó y paso la raya que lo inmortalizó;

ésa raya que a todos los que quieren triunfar

está pronto a trazarles el destino

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  ¡

¡Y que turbión de encontrados  pensamientos

me despertó la estatua del conquistador!                             

¿Fue, por ventura, un simple hijo de la fortuna,

que puesto en trance de jugar, jugó y ganó

en macábrico estilo, a un soberano

una inmortal partida

frente a un tablero de ajedrez humano?

¿O fue en verdad, un codicioso analfabeto,

venido en hora inoportuna

a destruirla rútila grandeza

de un desmedido y formidable imperio?

¿O es que el imperio le esperaba

porque ya estaba oliendo a muerto?

¿Fue un capitán ansioso de renombre y de gloria,

O un rudo y sanguinario aventurero,

sin más ideal que el de sembrar la muerte

para sentir, a la hora de la cosecha trágica,

el goce embriagador del éxito?

¿O si fue un hidalgo que traía

en su ardiente e impetuosa sangre hispana,

como un presente rico,

los vicios y virtudes de su raza?

Quise decir lo que realmente pienso

de esta figura hispánica  y egregia,

pero sentí sobre mis labios la mano de un gallego

y en mis ojos, la altiva mirada de un Cepeda.

                                 17

        ¡Adiós! -murmuré, haciéndole una rendida venia

y  aligero, avancé por una ancha avenida,

tal como si llevara en los pies alas

y fuera presidiéndome una estrella.

hasta de pronto dar, al final de ella,

como  si etuviera siglos esperándome

con nuestro altísimo señor El Almirante,

aquel para quien ya toda alabanza sobre

y cuyo nombre está, de sur a norte,fulgurando

junto al que con su espada

trazó en marina página el infeliz Balboa.

                                   18

No se dignó mirarme el Gran Señor del Mar,

Si quiso  con sus ojos darme un baño de honor.

Hizo bien. ¿Para qué fijar en mí sus ojos

si por delante de ellos tiene

algo más alto y digno que mirar,

algo que, así pasaran siglos,

jamás podrá olvidar?

Por eso su actitud de serena quietud,

que fue tan propia dél  y tan marina,

y con la que el artista quiso, en su inspiración,

trasuntarle en el bronce para la eternidad,

diríase que estaba preguntándole a Piura:

“¿Por qué me encuentro aquí? Mi Huáscar ¿dónde está?

Más como yo a sus pies viera un cañón.

y bajo dél, levada un ancla,

sintiéndome aludido, como piurano viejo,

íntimamente contesté:

“Para esas dos preguntas, ¿qué mejores respuestas

que las que tiene ahí a sus pies?”

                                    19

          Luego, como pensase que verle, solo verle

no era bastante para dejarle como ofrenda

el pan y el vino de mi admiración,

abatí humildemente la cabeza

y comencé a rezarle esta oración:

“Padre nuestro, que estas en esta tierra,

A la que amaste tanto tú, hoy mutilada

Por obra de la buena vecindad,

glorificado sea en todo tiempo tu nombre;

venga a nos lo que siempre ha sido nuestro

hágase lo que tu osadía y voluntad

hicieron en el mar

cuando eras tú su incontrolable dueño;

el pan nuestro de cada día

dádnoslo, Señor, siempre

para que no padezca hambre tu pueblo;

perdónanos nuestras deudas, ésas que por la sangre

que derramaste por nosotros, te debemos,

y no nos dejes caer, desde hoy en adelante,

en la nefanda tentación

de querer ser todos tus hijos

amos y conductores de este suelo,

cuando sentimos todavía en las entrañas

los gemidos del siervo.

Sólo así, padre nuestro, podrá decir confiado

el peruano de hoy al de mañana

que si moriste no moriste en vano”.

                                   20

 

          Parto luego de cara hacia el Oriente,

ávido de mirar, quizá si por vez última,

el río…el río. El río de mi querida Aldea,

al que yo recibía, cuando aPiura llegaba,

entre salvas y música, campaneo y petardos,

más alegre que un  niño cuando le dan las pascuas.

Y héme  ya en pleno puente,

en aquel férreo brazo que todo Piura llama,

por amor a la costumbre:

El Puente, El Puente, sitio en donde en las tardes tórridas

la abochornada gente sale en pos de respiro

y, media displicente, vuelca sobre él su tedio

le pide un beso al aire y una caricia al río:

para luego, al amparo de la propicia noche

ante las tentaciones del barrio tacaleño

-costilla de la urbe- ir a embrujarse un poco,

entre salú y salú de hembras jacarandosas,

chicha, música, baile y secos de chabelo.

¡Ah, qué emoción tan grande

la que al pisar el puente siento!

El pecho se me ensancha, engallo el busto

y me bebo de un golpe un trago de contento.

Lanzo una inquisidora mirada a las tribunas

Y, ¡oh sorpresa!,¡oh sorpresa!, a nadie en ella veo.

¡A nadie!...Y,sin embargo, no me apeno

porque bien sé  que seguirán siendo las horas

en que el sol le dicha al día: ¡Hasta luego!,

solaz, tertulia y mentidero.

Aunque yo en ese instante las veía

como sepulcro de recuerdos.

                                         21

            Hago una mueca desdén y avanzo

para sentir el goce deber correr el agua

y ¡Dios mío! En vez de agua arena, arena, arena

la intrusa incontenible, la taimada,

la que convierte todo lo que cubre en desierto

semejando una pálida mortaja

sobre el enjuto y desolado lecho.

Burlada mi esperanza,

casi una maldición contra la intrusa echo,

pero ahí mismo replegó sus alas

mi furia y terminé sonriendo.

Y es que el río, mi río, ése que yo quería

Ver corriendo impetuoso e imponente

El Río de mi Aldea, ése yo lo sentía

por el cauce de mi alma corriendo todavía

 

                                         22

              No tenía, pues por qué entristecerme,

Ni ante lo irremediable condolerme.

Leal a las recónditas razones de mi viaje,

volví a hacer un viraje

y pues nuevamente proa a la Plaza de Armas,

donde seguramente resentida

por mi aparente olvido

la abuela de la urbe, La Casona                                       

esperando una abrazo de mis ojos estaba.

 

                                         23

               Más no habría avanzado ni cien pasos,

traumatúrgicamente aparecido

cuando de pronto un alobado perro

y seguido por una ululante jauría,

que, más que jauría, parecía

gente perrunamente disfrazada,

en son de caza, me salió al encuentro

tal vez si porque al verme pensaría

que era yo de los que en las noches

salen a disputarle a los mendigos y canes

sus festines de huesos.

Y tras de la jauría, un presuntuoso gallo,

cantando, cacareando y escarbando

con aire matonesco, el suelo.

Solté una risa flagelante y me detuve,

y, entre burlón y en serio,

le hablé así a la canina muchedumbre;

“¿Cómo, que no me habéis reconocido?

Yo soy piurano, tan piurano

como lo sois vosotros,

pero con esa diferencia; que no ladro

y sólo cuando me provocan muerdo;

ni tengo cuatro pies, ni rabo

para hacer con él fiestas,

ni se hizo el collar para mi cuello,

ni para lamer manos, mi lengua.

Oledme bien, oledme bien, míseros perros,

y veréis que sigo siendo el mismo hombre de ayer,

el mismo que pidió por vuestra raza

piedad más de una vez.

¡Basta ya de ladridos! Dejadme el paso franco,

que no estoy para perros”. “Y ante estas voces mías

la enfurecida turba y el presuntuoso gallo,

tal como aparecieron se esfumaron.

                                    

                                         24

              Y al fin podré enfrentarme con mi vieja Casona

al fin y, emocionado hasta los tuétanos

púseme a contemplarla, entristecido,

por ser yo para ella un hombre extraño

después de tantos años haber sido su dueño.

¡Ah que cambiada estaba!

Un anacrónico antifaz

le había enmascarado su centenario gesto

y volatilizado su invalorable pátina,

ésa que le da lustre a lo que besa el tiempo.

                                       

                                         25

              Y mi contemplación fue tan intensa

que yo mismo me fui sugestionando

hasta oir una voz que me decía:

“Vuelves después de muchos años

que  casi ya  olvidado te tenía.

Sólo de tarde en tarde de ti me habla

Matalaché, tu hijo, aquel mulato

que salió erguido y retador de tu pensamiento

y a quien esta ciudad, en aquel tiempo hipócrita

repudió y quiso hacer con él un linchamiento.

¡Todo por ser altivo y no ser blanco!

Recuerdo en este instante de una noche

en que, luego de abrir de un puntapié el portón

y de reír con su africana sonrisa bicolor;

a la que él, por ser roja y blanca,

llama, un poco envanecido, peruana,

díjome: “Oye, abuela; si tú estás orgullosa

solo porque aquí tuve la suerte de nacer

¿qué diré yo que he visto, ayer no más, ¡ayer!

desfilar por las limeñas calles,

aclamado, vitoreado y aplaudido,

a uno de ms vástagos;

arrogante, de pies, sobre un extraño carro,

iluminado el atezado rostro

por el fulgor de las miradas femeninas

para acabar después sentado,

entre genuflexiones y serviles sonrisas;

en la casa gloriosa de Pizarro

¿Qué diré yo si este Piura mismo,

donde me acribillaron a burlas y dicterios

viendo estoy, asombrado, a más de un nieto mío

libre ya del temor de ser echado

en una hirviente tina de jabón

por atreverse a amarlo prohibido,

haciendo hoy de marido, de dueño y de señor

en la orgullosa calle que está de espalda al río”·

 

                                      26

                Y continuó la voz diciendo:

“¿Vienes con intención de entrar? Lo siento,

porque ya nada tuyo encontrarás adentro                                        

Todo lo que quisiste, todo lo que dejaste

y gozar y sufrir te hizo

selo llevó la muerte,

o fue por otros mundos regándolo la suerte.

Y sé porque con pena me has mirado

en vez de haberme en alegría envuelto.

Sí es verdad  que he dejado de ser tuya

tú sigues siendo siempre mío.

Hoy son otras las vidas y las cosas

que en mi seno se juntan y se agitan.

A las carreras locas de tus hijos

a sus jocundas risas

y a sus rabiosos lloriqueos han sucedido

concisas y marciales voces de mando,

y quepís y galones, y entorchados y espadas.

 Y en vez de las muñecas y los soldaditos

que la curiosidad de tus hijos dejaban

rotos y abandonados en el piso,

hay otros soldaditos que andan hablan y comen

y que no pueden romper los niños

porque están hechos para ser rotos por los hombres

Deja ya de mírame

y de querer pasearme por dentro.

Abre los claros ojos de tu mente

y así verás mejor lo que hay adntro”

 

                                       27

 

                Y repentinamente se aplacaron

mis férvidos deseos.

Más ¿qué hacer en este trance inesperado?

¿Quedarme ahí, como un fakir nirvanizado?

¿Volverme al punto  de partida,esparcí

Frente a esta odiosa duda,

esparcí una mirada por el cielo

en busca de mi amiga, la generosa Luna,

para ver si me daba algún consejo

o estaba pronto a recibirme

nuevamente en sus brazos

pero en vez de su plácida y carrilluda faz

loque sentí en los ojos fue un rayito

de sol que, cual un niño,

tal vez tomándome por un juguete

con  mis arrugas púsose a jugar.

Me incorporé, ceñudo, me  restregué los ojos

para así convencerme

de que me hallaba dentro de la realidad,

y luego de lanzar un esplinático bostezo,

vínoseme a la mente de repente

este  desleal  e ingrato pensamiento:

“¿Mejor no hubiera sido no despertarme nunca

o haberme para siempre quedado sin regreso?”

pero al ver que al lado mío reposaba

la heroica redentora de mi vida,

la que al unirse a mi cambió mi ruta

y en donde encontró espinas puso rosas,

me desdije y pensé: “¡Perdón, querida!

La realidad contigo es más hermosa”.

 

Tacna, febrero de 1951