Investidura con el Doctorado Honoris Causa al Dr. Marco Gerardo Martos Carrera |
Por: Dr. Marco Gerardo Martos Carrera
Otorgamiento del Doctorado Honoris Causa de la
Universidad de Piura
Excelentísimo
Vice Gran Canciller:
Sólo tengo
palabras de gratitud para el claustro, por conferirme este alto honor que me
otorga hoy día, absolutamente inesperado. Para mi tiene un valor absoluto
puesto que se trata de una institución enraizada en Piura que es mi ciudad
natal, a la que tanto amo. Y he cavilado sobre que decir en este día de
celebración.
He consagrado
mi vida a la poesía y creo es justo decir una palabra sobre ella en nuestra región, de forma concentrada. Nadie
duda en señalar a Carlos Augusto Salaverry (La Solana, 1830- París, 1891) como
el iniciador de la poesía republicana en nuestros lares. El poeta viene con su
melancolía a mi mesa de trabajo. Arriba de Lancones, de Sullana, de Piura, de
París, de lágrimas de Ismenia Torres, de la parálisis, de todo lo perdido en el
vaivén de los años. Hay un rumor de sables el día de su nacimiento, la
tranquilidad de los algarrobos en la tardes del verano, el dolor de una madre
que se separa de su vástago y las intrigas de toda la vida de los gobiernos y
de los militares. Muere su padre Felipe Santiago fusilado y le queda la
convicción de que la vida solo es una conjunto de dolores supremos. Los
recuerdos dice, son mentiras del pasado, y la esperanzas, mentiras venideras.
Nadie cantó en
Sullana, en Piura, con tal dulzura, con
tanto afecto y nostalgia por lo perdido. Somos lo que fue, el ayer, lo
desdichado, la súbita iluminación de lo amado en lo más lúgubres. Hubieron que
pasar muchos años, para que nos naciesen
en Piura otros líricos notables. Sin embargo a Salaverry poco se leyó en vida
en nuestra ciudad.
El primer
poeta que pude leer en mi adolescencia, en los años cincuenta del siglo pasado,
poeta de verdad, fue Juan María Merino Vigil (Ayabaca,1.01.1906- Hacienda San
Pablo-21.06.1951), casi un desconocido en la literatura peruana, natural de
Ayabaca, ciudad que casi nunca abandonó salvo para esporádicas visitas a Piura
y Lima. Probablemente nacido a fines del siglo XIX, fue, según dicen un
profundo conocedor de la tradición literaria y un escritor muy fino, como
podemos advertirlo por el poema que ha llegado hasta nuestras manos titulado
“La golondrina”.
Yo
soy como esa golondrina
que
ha cortado los oros del espacio.
Saeta
que vuela al infinito
azul
de los profundos cielos.
Tiembla
la negra noche por llegar
pero
todavía quedan para mis ojos de la tarde
azules
eternos del espacio.
Yo
soy mi tiempo que vuela en el espacio
quebrando
los oros vespertinos.
Yo
soy ese pequeño pájaro efímero.
Se necesita vivir con
mucha intensidad para poder concentrar en pocas líneas la imagen exacta
de la vida humana. Merino Vigil decía algo que me concernía y era mucho más
intenso que casi todos los autores que estudiaba en la escuela. Pero nunca lo
vi, ni siquiera en fotografía, aunque en las calles de Piura pude alternar con
gente que lo conocía como José Estrada Morales o Federico Varillas Castro, mis
queridos profesores, maestros en el colegio San Miguel. Aquí y allá, en
distintas publicaciones de los años cincuenta, se difundieron algunas poesías
de Merino Vigil, que están esperando a un estudioso de hogaño que las recoja y
estudie para tener por fin, un volumen
de un poeta notable que merece entrar en el canon literario nacional.
En mi adolescencia, el poeta de Piura era Joaquín
Ramos Ríos, alguien que había vivido en Alemania antes de la segunda guerra
mundial, se decía que estudiando Medicina, pero en realidad disfrutando una
intensa pero no improductiva bohemia; de vuela al lar recitaba bajo la luz de
la luna a Hölderling, a Goethe, a García Lorca, a Merino Vigil y a sí mismo, en
parques, plazas, malecones, y ocasionalmente en teatros de la ciudad y aquí le
rindo homenaje. En las noches cálidas, cuando regresaba a mi casa, después de
jugar interminables partidas de ajedrez, en la Plaza Merino veía su inconfundible
figura, rodeada de algunos amigos curiosos, haciendo gestos y modulando los
versos en alemán o castellano, por puro placer. Hace poco el año pasado, pude
visitar por primera vez, la casa donde vivió y escribí en su honor estas
palabras:
Duende
Las
casonas de San Miguel de Piura
crujen y tiritan en las noches de julio.
Circulan
duendes en sus zaguanes y corredores
y
hay brasas calientes todavía en sus cocinas silenciosas.
Se
vendrán abajo cualquier tarde,
un
temblor, un viento huracanado.
Nadie
tiene las llaves de sus candados herrumbrados.
Las
aldabas lucían hermosas en tiempos de fastos.
Nadie
sabe nada de los fantasmas,
salvo
la poesía que intuye los comienzos.
En
una de esas casas de paredes agrietadas
vivió Joaquín recitando a Heine, a Goethe,
en
el jardín de los papelillos, del mango ciruelo.
Un
día se fue volando por la ventana,
se
confundió con el cielo añil, con las uvas azules.
Regresa
cuando quiere en las noches de luna,
se
queda en el patio, hablando solo, a la intemperie.
El otro poeta que deseo evocar es Juan Luis Velásquez (1903-1970) quien es el
poeta piurano que alcanzó una difusión sostenida a partir de su primer libro de
poemas Perfil de frente de 1923,
texto que con un insólito título se inscribió formalmente en la vanguardia
aunque tenía resabios modernistas. Amigo y en algún, momento secretario de León
Trotsky, fue un intelectual de muy variados intereses, Su poema Piura permanece
en la memoria como algo hermoso dedicado a nuestra ciudad.
Qué
soledad sin soledad siquiera.
Qué
trincheras tan altas sin altura
Contra
quien jamás le hiere el plomo.
Qué
gente tan llena de recodos.
Enlodados
en este desierto sin lluvias
Ni
rastrojos.
Qué
vida tan al cielo raso
Ante
este cielo alto franco y claro
De
primavera.
Tuve la fortuna de conversar con Juan Luis Velázquez
algunas veces en Lima, gracias a mi amistad con su hijo también poeta piurano
Manuel Velázquez Rojas. Juan Luis fue para mí una leyenda y sus versos me
acompañan cuando evoco a Piura.
Si observamos detenidamente las vidas de estos poetas
y su repercusión en la sociedad piurana, podemos advertir que sus obras, pese a
la calidad que ostentaban, fueron mayormente disfrutadas por la población. Y la
razón probablemente está en que nuestro ambiente intelectual estaba en sus
principios. Nuestros jóvenes aspirantes a intelectuales se veían obligados a
migrar a Trujillo, Lima, o a otros países, y solo en algunos casos volvían al
terruño. Me tocó ser una de ellos, pero procuro mantener vivos los lazos con la
santa tierra, como llamamos a Piura los que siempre la añoramos. Lo socialmente
importante es que ahora vivimos otro clima, más propicio para las labores
intelectuales y para la propia poesía. La creación por lo menos de dos
universidades de fuste, una de las cuales es la Universidad de Piura, ya con
cincuenta años de labor, tiene un valor para la poesía y para la literatura en
general, muy grande.
La Universidad no solo es investigación, docencia y
proyección social, como lo estudiamos en los libros, es también la creación
indirecta de un espacio propicio para la creación artística. Nunca antes hubo
en Piura, como hay ahora, un clima propicio para la difusión de las obras
literarias. Aquí y allá surgen poetas, narradores, dramaturgos, ensayistas, que
tienen algo que decir y que con su actividad van creando un círculo de lectores
que se incrementa día a día. Hoy se puede ser poeta en Piura de bastante
calidad, sin haber salido de los linderos de la ciudad. Y esa es una diferencia
con el pasado que quiero remarcar. Todos los poetas que he mencionado en estas
páginas, salieron de Piura y estudiaron en otra parte, París, Berlín, México,
Lima. Los poetas piuranos de hogaño bien merecen conocer el mundo, disfrutar de
las maravillas que existen, pero necesitan también ser fieles a lo que conocen
y que saben expresar mejor que otros: el vínculo del artista con la tierra, con
la hermosura que sienten desde la infancia. Y la mujer piurana está trocando su
papel de musa, por la de escritora y lectora de alto nivel.
De Homero se dice que concentra la expresión de la
vida, el afán de aventura de los seres humanos, la búsqueda de lo desconocido,
y también la apetencia del regreso, la gana de recorrer los lugares sagrados de
la infancia. En esas idas y vueltas transcurre la vida y la poesía acompaña a
los seres humanos como la concentración máxima del lenguaje, como una capacidad
de decir más cosas con menos palabras. Con esa luz he querido siempre ir por el
mundo.
Campus UDEP, 30 de Agosto del 2019.
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