Plaza de Armas de Piura (1874) |
Por: Miguel Godos Curay
Con este nombre “la tacita de oro de la urbe” don Enrique López Albújar rinde
homenaje en su poemario La Bandera y Anoche estuve en Piura, escrito en Tacna
en febrero de 1951 y editado en 1954 a nuestra Plaza de Armas. El rincón más
querido y olvidado de la ciudad. Su
existencia es un recado al corazón y a los recuerdos imborrables. Una devoción
exultante brota a cada paso contemplando su verdor umbrío cuando cae la tarde.
No merece el ocultamiento perverso de obra inconclusa y los trabajos mal
hechos.
Alguna vez, en Paita, mi padre con lágrimas indignadas deploraba la
barbarie con la fuente de la Plaza de Armas de Paita. Y cómo por pura cosmética
perniciosa de algunos alcaldes se talan con motosierras añejos árboles que aún
se mantienen en pie. Pocas son las plazas que mantienen su trazo original. La
mayor parte de ellas son un culto a la
huachafería y a soldadura de fierros. Remodeladas con bancas enlosetadas nadie acude
a ellas a descansar al mediodía porque arden. Pocas son las que preservan
algarrobos, tamarindos y ficus añejos. Pocas las que tienen bancas de madera
tradicionalmente apropiadas. La mayor parte de nuestras especies nativas son
arrancadas de cuajo por improvisados jardineros adictos al comercio de la leña.
Nuestra Plaza de Armas requiere el sensible coraje de sus ciudadanos para
no agonizar de negligencia e ignorancia. Pocos conocen que fue por gestiones
del diputado Pablo Seminario Echeandía que el Presidente don José Balta
obsequió a Piura (1870) la estatua de la libertad para ser colocada en el
centro de la futura plaza de Armas. La ceremonia de inauguración se realizó
1874 con la presencia del Prefecto Manuel Tafur y el Alcalde Fernando Reusche.
Según anota Vicente Rázuri en sus Recuerdos Piuranos
(1961): “En el acto inaugural, Prefecto y Alcalde prepararon suntuosa fiesta. El concejal don Joaquín Cardozo llevó la palabra
oficial del Municipio. Luego el Prefecto corrió el velo, presentándose en todo
su esplendor la figura simbólica de nuestras más caras libertades”.
Este salto de progreso, hace 149 años, fue una viva expresión de entusiasmo
de sus autoridades por embellecer la plaza principal de Piura. La primera tarea
fue plantar los árboles representativos de la ciudad: frondosos algarrobos y
tamarindos. Esta tarea la asumió el propio alcalde Fernando Reusche que regó
sus algarrobos y tamarindos con sangre de toro. Sin duda el propósito era
modernizar y embellecer Piura. Cambiar la apariencia aldeana de la ciudad. Otro
de los propulsores del embellecimiento de la ahora Plaza de Armas fue el Prefecto
del Departamento Coronel Manuel Lorenzo Cornejo (1873-1874) quien formó en 1873
la Junta de Progreso con el fin de recaudar fondos para el mejoramiento del ornato[D1] en la plaza principal. En esta cruzada se recolectó el
aporte de los vecinos de Piura y otras provincias que efectuaron donaciones de
manera voluntaria. Se recibieron aportes de generosos vecinos de Piura,
Sechura, Catacaos, Sullana, Amotape y La Huaca los donativos enviados fueron depositados
en el Banco de Piura con altruista propósito.
El diario “El Ferrocarril de Piura” (1874) en sucesivas ediciones da cuenta
de las erogaciones de esta progresista iniciativa cívica. Entre los que se
menciona al Prefecto gestor de la iniciativa y el de Alfredo F. Sears Jefe de
la Comisión de Irrigación del valle de
Piura. Entre los vecinos de Sullana se
mencionan a Juan José Arellano, Roberto Barreto y José Cardó. De Amotape
Francisco Arteaga, Jorge Woodhouse, y José Villar. De La Huaca, Santos Talledo,
Manuel Raygada y Federico Trelles. De Tangarará Teodomiro Arrese, De Monte Abierto Pedro Enrique Arrese. De
Somate: José Félix Cortez, Miguel Cortez, Tomás Cortez entre otros adherentes.
El monto de lo recaudado ascendió a tres mil ochocientos pesos. Con este
dinero fue posible la construcción de un paseo con dieciséis asientos. Se
pavimentó el piso con ladrillo de la mejor calidad. La Junta de 1873 contrató
los servicios del geólogo francés Gauhtenot para la construcción de un pozo que
suministrara agua para el riego de los
jardines y árboles plantados. Según Federico Helguero, las gentes dieron en
decir que había en este lugar un “volcán de agua”.
Antes de la colocación de la efigie
de mármol de la libertad en 1874: “Al centro circundada por una verja se
levantaba la estatua de madera de la heroína colombiana doña Policarpa
Salavarrieta LA POLA por mal nombre. Rodeándola un batiburrillo de mesitas de
mercachifles”. Anota Helguero, al lado norte la Iglesia Matriz, en sus
inmediaciones se ubicaban los carniceros y matarifes, rodeados de una caterva
de perros de todo linaje que disputaban las piltrafas. Al costado oriental
donde se ubicaba el Convento Betlemita verduleras y vendedoras de frutas de las
huertas. Guabas, guayabas, mangos, naranjas y limones apetecidos. Ajíes de toda
laya.
Pasada la tarde los palomillas invadían la plaza para con canastas en mano
cernir las arenas y pescar centavos caídos de las talegas de las placeras.
Menciona Helguero, en esta legión inolvidable,
a Maximiliano Frías, Juan Vicente Meléndez, Joaquín Ramírez, Matías
Palma, José Andrés Lama y a Ricardo Ruso más tarde diputado por Piura. Durante
las grandes celebraciones se improvisaba una Plaza de toros cerrando las
bocacalles con fornidos maderos de algarrobo. Desde los balcones del cabildo
y las casas de los López y Seminario las
familias piuranas presenciaban las celebradas corridas.
Los toros, de las lidias piuranas, procedían de los mejores corrales de
Pabur y Huápalas. Para enardecerlos y convertirlos en fieras se empleaba ají
pero pasado el ardor los animales retornaban
a su cotidiana mansedumbre y permitían el saltado a la torera e
ingresaran al redondel improvisados mataperros ante el aplauso de la multitud.
Para la festividades de fiestas patrias y las del patrono San Miguel, el 29 de
septiembre, se quemaban vistosos “castillos” al lado de La Pola. Frente a ella
se encendían candeladas para alegrar la noche y reunir a los más jóvenes.
En 1918 por espíritu cívico y entusiasmo progresista se fundó la Junta de
Progreso Local presidida por el doctor Víctor Eguiguren, Vicepresidente G. Seminario; Tesorero, Eduardo de la Jara;
Secretario, doctor Juan Velasco. Vocales: Hugo Somerkamp, Alberto Temple,
Carlos López, José Andrés de Lama y Abraham Camino. En 1920 presidía la junta César
Cortez; Secretario, Federico Helguero; Vocales: E. Reusche, José Andrés Lama,
Francisco Vegas, A. Castañeda, Carlos López Albújar y Abraham Camino. Entre 1918 a 1923 el total
erogado fue de veintiséis mil soles. De los cuales veintitrés mil se emplearon
en la plaza y tres mil en la vereda del hospital. Las mejoras permitieron el enlosetado
de los cuatro caminos hacia el centro de la plaza en donde se luce el monumento.
Recuerda Federico Helguero, que uno de los piuranos con más cariño por las
Plaza de Armas, por sus algarrobos y tamarindos, fue don Emilio Clark que
durante muchos años cuidó de ella con su propio peculio y cubrió los gastos de
su mantenimiento. De su intenso cariño. Fue así como Piura llegó a tener con
orgullo el más hermoso parque de la ciudad. Enrique López Albújar, vecino de la
desaparecida Casona, le dedica entrañables versos en su evocador poema: Anoche
estuve en Piura.
Enrique López Albújar tributó desde Tacna un memorable homenaje a la Plaza de Armas de su Piura familiar |
Ejemplar de la primera edición de La Bandera y Anoche estuve en Piura |
12
“¿Y la lírica Plaza, la gran plaza/
-tacita de oro de la urbe- /
en donde las banderas, las letras y
las armas /
se juntan en los días clásicos y
gloriosos /
para incensarse con el himno de la
patria?
Ahí estaba intangible, invitando al
reposo/
y a la meditación, impregnada en
aromas /
y de opulentas flores estrellada.
Y en el centro, como una diosa
griega, la Pola,
de pie, simbolizando hasta la
eternidad
a lo que los libertos de Bolívar
llaman cuando la necesitan,
Libertad.
Sí, Libertad, pero a la que ellos,
en las horas menguadas en que la
ambición tienta
y hace al escarabajo dejar su
estercolero,
y que los pobres diablos se tornen
en ricos diablos
y que los Judas corran a ofrecerla en
venta,
sorprenden y mancillan, ebrios de
odio y anárquicos.
13
Mas yo no la vi así. Para mí en ese
instante
no era la diosa augusta que el
hombre tanto exalta
No pude verla como la viera yo de
niño
cuando, feliz, en torno suyo correteaba
y profanaba su silencio con mis
gritos.
Y es que entre las flores y árboles
no puede estar bien nunca
la que a los hombres debe mostrarse
siempre libre,
sin nada que deslustre su porte
soberano,
forzosamente libre para así poder
verla
como se ven las cumbres y los
astros.”