martes, 5 de diciembre de 2023

LA TACITA DE ORO DE LA URBE

Plaza de Armas de Piura (1874)

 
Por: Miguel Godos Curay

Con este nombre “la tacita de oro de la urbe” don Enrique López Albújar rinde homenaje en su poemario La Bandera y Anoche estuve en Piura, escrito en Tacna en febrero de 1951 y editado en 1954 a nuestra Plaza de Armas. El rincón más querido  y olvidado de la ciudad. Su existencia es un recado al corazón y a los recuerdos imborrables. Una devoción exultante brota a cada paso contemplando su verdor umbrío cuando cae la tarde. No merece el ocultamiento perverso de obra inconclusa y los trabajos mal hechos.

Alguna vez, en Paita, mi padre con lágrimas indignadas deploraba la barbarie con la fuente de la Plaza de Armas de Paita. Y cómo por pura cosmética perniciosa de algunos alcaldes se talan con motosierras añejos árboles que aún se mantienen en pie. Pocas son las plazas que mantienen su trazo original. La mayor parte de ellas son un  culto a la huachafería y a soldadura de fierros. Remodeladas con bancas enlosetadas nadie acude a ellas a descansar al mediodía porque arden. Pocas son las que preservan algarrobos, tamarindos y ficus añejos. Pocas las que tienen bancas de madera tradicionalmente apropiadas. La mayor parte de nuestras especies nativas son arrancadas de cuajo por improvisados jardineros adictos al comercio de la leña.

Nuestra Plaza de Armas requiere el sensible coraje de sus ciudadanos para no agonizar de negligencia e ignorancia. Pocos conocen que fue por gestiones del diputado Pablo Seminario Echeandía que el Presidente don José Balta obsequió a Piura (1870) la estatua de la libertad para ser colocada en el centro de la futura plaza de Armas. La ceremonia de inauguración se realizó 1874 con la presencia del Prefecto Manuel Tafur y el Alcalde Fernando Reusche. Según anota Vicente Rázuri en sus Recuerdos Piuranos (1961): “En el acto inaugural, Prefecto y Alcalde prepararon suntuosa fiesta.  El concejal don Joaquín Cardozo llevó la palabra oficial del Municipio. Luego el Prefecto corrió el velo, presentándose en todo su esplendor la figura simbólica de nuestras más caras libertades”.

Este salto de progreso, hace 149 años, fue una viva expresión de entusiasmo de sus autoridades por embellecer la plaza principal de Piura. La primera tarea fue plantar los árboles representativos de la ciudad: frondosos algarrobos y tamarindos. Esta tarea la asumió el propio alcalde Fernando Reusche que regó sus algarrobos y tamarindos con sangre de toro. Sin duda el propósito era modernizar y embellecer Piura. Cambiar la apariencia aldeana de la ciudad. Otro de los propulsores del embellecimiento de la ahora Plaza de Armas fue el Prefecto del Departamento Coronel Manuel Lorenzo Cornejo (1873-1874) quien formó en 1873 la Junta de Progreso con el fin de recaudar fondos para el mejoramiento del ornato[D1]  en la plaza principal. En esta cruzada se recolectó el aporte de los vecinos de Piura y otras provincias que efectuaron donaciones de manera voluntaria. Se recibieron aportes de generosos vecinos de Piura, Sechura, Catacaos, Sullana, Amotape y La Huaca los donativos enviados fueron depositados en el Banco de Piura con altruista propósito.

El diario “El Ferrocarril de Piura” (1874) en sucesivas ediciones da cuenta de las erogaciones de esta progresista iniciativa cívica. Entre los que se menciona al Prefecto gestor de la iniciativa y el de Alfredo F. Sears Jefe de la Comisión  de Irrigación del valle de Piura. Entre los vecinos de Sullana  se mencionan a Juan José Arellano, Roberto Barreto y José Cardó. De Amotape Francisco Arteaga, Jorge Woodhouse, y José Villar. De La Huaca, Santos Talledo, Manuel Raygada y Federico Trelles. De Tangarará Teodomiro Arrese,  De Monte Abierto Pedro Enrique Arrese. De Somate: José Félix Cortez, Miguel Cortez, Tomás Cortez entre otros adherentes.

El monto de lo recaudado ascendió a tres mil ochocientos pesos. Con este dinero fue posible la construcción de un paseo con dieciséis asientos. Se pavimentó el piso con ladrillo de la mejor calidad. La Junta de 1873 contrató los servicios del geólogo francés Gauhtenot para la construcción de un pozo que suministrara agua  para el riego de los jardines y árboles plantados. Según Federico Helguero, las gentes dieron en decir que había en este lugar un “volcán de agua”.

Antes de la colocación de la efigie  de mármol de la libertad en 1874: “Al centro circundada por una verja se levantaba la estatua de madera de la heroína colombiana doña Policarpa Salavarrieta LA POLA por mal nombre. Rodeándola un batiburrillo de mesitas de mercachifles”. Anota Helguero, al lado norte la Iglesia Matriz, en sus inmediaciones se ubicaban los carniceros y matarifes, rodeados de una caterva de perros de todo linaje que disputaban las piltrafas. Al costado oriental donde se ubicaba el Convento Betlemita verduleras y vendedoras de frutas de las huertas. Guabas, guayabas, mangos, naranjas y limones apetecidos. Ajíes de toda laya.

Pasada la tarde los palomillas invadían la plaza para con canastas en mano cernir las arenas y pescar centavos caídos de las talegas de las placeras. Menciona Helguero, en esta legión inolvidable,  a Maximiliano Frías, Juan Vicente Meléndez, Joaquín Ramírez, Matías Palma, José Andrés Lama y a Ricardo Ruso más tarde diputado por Piura. Durante las grandes celebraciones se improvisaba una Plaza de toros cerrando las bocacalles con fornidos maderos de algarrobo. Desde los balcones del cabildo y  las casas de los López y Seminario las familias piuranas presenciaban las celebradas corridas.

Los toros, de las lidias piuranas, procedían de los mejores corrales de Pabur y Huápalas. Para enardecerlos y convertirlos en fieras se empleaba ají pero pasado el ardor los animales retornaban  a su cotidiana mansedumbre y permitían el saltado a la torera e ingresaran al redondel improvisados mataperros ante el aplauso de la multitud. Para la festividades de fiestas patrias y las del patrono San Miguel, el 29 de septiembre, se quemaban vistosos “castillos” al lado de La Pola. Frente a ella se encendían candeladas para alegrar la noche y reunir a los más jóvenes.

En 1918 por espíritu cívico y entusiasmo progresista se fundó la Junta de Progreso Local presidida por el doctor Víctor Eguiguren, Vicepresidente  G. Seminario; Tesorero, Eduardo de la Jara; Secretario, doctor Juan Velasco. Vocales: Hugo Somerkamp, Alberto Temple, Carlos López, José Andrés de Lama y Abraham Camino. En 1920 presidía la junta César Cortez; Secretario, Federico Helguero; Vocales: E. Reusche, José Andrés Lama, Francisco Vegas, A. Castañeda, Carlos López Albújar  y Abraham Camino. Entre 1918 a 1923 el total erogado fue de veintiséis mil soles. De los cuales veintitrés mil se emplearon en la plaza y tres mil en la vereda del hospital. Las mejoras permitieron el enlosetado de los cuatro caminos hacia el centro de la plaza en donde se luce el monumento. Recuerda Federico Helguero, que uno de los piuranos con más cariño por las Plaza de Armas, por sus algarrobos y tamarindos, fue don Emilio Clark que durante muchos años cuidó de ella con su propio peculio y cubrió los gastos de su mantenimiento. De su intenso cariño. Fue así como Piura llegó a tener con orgullo el más hermoso parque de la ciudad. Enrique López Albújar, vecino de la desaparecida Casona, le dedica entrañables versos en su evocador poema: Anoche estuve en Piura.

Enrique López Albújar tributó desde Tacna un memorable homenaje a la
Plaza de Armas de su Piura familiar


Ejemplar de la primera edición de
La Bandera y Anoche estuve 
en Piura

12

“¿Y la lírica Plaza, la gran plaza/

 -tacita de oro de la urbe- /

en donde las banderas, las letras y las armas /

se juntan en los días clásicos y gloriosos /

para incensarse con el himno de la patria?

Ahí estaba intangible, invitando al reposo/

y a la meditación, impregnada en aromas /

y de opulentas flores estrellada.

Y en el centro, como una diosa griega, la Pola,

de pie, simbolizando hasta la eternidad

a lo que los libertos de Bolívar

llaman cuando la necesitan, Libertad.

Sí, Libertad, pero a la que ellos,

en las horas menguadas en que la ambición tienta

y hace al escarabajo dejar su estercolero,

y que los pobres diablos se tornen en ricos diablos

y que los Judas corran a ofrecerla en venta,

sorprenden y mancillan, ebrios de odio y anárquicos.

13

Mas yo no la vi así. Para mí en ese instante

no era la diosa augusta que el hombre tanto exalta

No pude verla como la viera yo de niño

cuando, feliz, en torno suyo correteaba

y profanaba su silencio con mis gritos.

Y es que entre las flores y árboles no puede estar bien nunca

la que a los hombres debe mostrarse siempre libre,

sin nada que deslustre su porte soberano,

forzosamente libre para así poder verla

como se ven las cumbres y los astros.”


3 comentarios:

  1. Muy interesante el tema tratado, especialmente en los detalles que toma en cuenta, como; los árboles nativos de piura, donde cuentasu historia, el cómo se han sembrado y se han mantenido hasta el día de hoy como un patrimonio natural que poseemos todos los piuranos del cual tenemos que estar orgullosos. Por otro lado, el hecho que se nombre el nombre completo de todos, nos permite conocer la historia más a fondo, saber quién esta detrás de las obras o los árboles de los cuales disfrutamos en la actualidad, felicito de todo corazón y admiración al creador de este texto, porque nos permite conocer la historia de nuestro Piura.

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  2. "La Tacita de Oro de la Urbe" es un homenaje a la Plaza de Armas de Piura. El autor Miguel Godos Curay nos cuenta su historia, desde su inauguración en 1874, y nos muestra su importancia en la vida de los piuranos. Destaca la labor de personas que la cuidaron y mejoraron, y nos permite imaginar la belleza y la vida de este espacio emblemático.

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  3. El texto de Miguel Godos Curay sobre "La Tacita de Oro de la Urbe" es una evocación conmovedora que captura la esencia de la Plaza de Armas de Piura como un símbolo de identidad y tradición. Se logra transmitir, con gran sensibilidad, la importancia histórica y emocional de este espacio para la comunidad piurana. Su prosa no solo narra la evolución física de la plaza, sino que también refleja el compromiso de sus habitantes por preservar un legado que ha sido testigo de innumerables momentos de la vida local.

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