POR: ENRIQUE LÒPEZ ALBÚJAR
Anoche estuve en Piura,
anoche, a media noche, por ventura,
ansioso de mirarla, reandarla,
sentirla
y aspirar su terrígena fragancia
para como el gigante mitológico,
recuperar mis fuerzas al pisarle.
Un viaje sin primera ni tercera,
sin esa doble esclavitud odiosa
del pasaporte y la maleta,
ni la alegría del que parte,
ni la tristeza del que queda.
Y algo más admirable todavía:
sin peligro de mares por abajo
ni caprichos de vientos por arriba,
como que, por fortuna,
hacía el viaje gratis y en brazos de
la Luna.
(Es hoy, siendo tan fácil, tan difícil
Hacer por cuenta propia un viaje aéreo
Al primer astro que pase por el Cielo;
o ser embajador de la ONU,
o hijo adoptivo del Estado.
Aunque a mí en cierta vez, me es grato
recordar
Salió obsequiándome uno el Tío Sam)
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¿Qué impulsos o qué anhelos reprimidos
hasta esa tierra me llevaron?
Nostalgias del terruño, deudas
sentimentales,
reminiscencias de mis románticas lucha
en las que opuse al sable el verbo,
a la prisión una sonrisa
y a la amenaza mi desprecio?
¿Mensajes telepáticos,
Enviados desde allá por mis queridos
muertos,
Ésos que , a más del ser,
Dicha y amor me dieron?
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¿Quién descifrar podría
el porqué de mi astronómica aventura
la rígida razón dirá:
¡Mentira!
El sentido común dirá: ¡Locura!,
porque de sur a norte
jamás gira la Luna.
Pero a los que así creen o discurren
olvidan que la Luna por algo es
femenina,
y que tal vez celosa de la Tierra;
por verme día y noche pegado siempre a
ella
se le
antojó brindarme su regazo,
cambiar de rumbo y luego darse el
gusto
de pasear conmigo un rato.
Pues ¿para que hizo Dios a los poetas
sino para inspirarles amor hasta los
astros?
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Y lo que iba la Luna diciéndome al oído,
mientras gemir hacia su saxófono el
viento,
y las nubes tendiánle a sus pies sus alfombras
y celoso miraba nuestro paso un lucero
“Lo que estoy haciendo por ti, pobre
hombrecito,
Va a despertar revuelo entre los
astros.
Ya me parece ver a Marte enfurecido
cuando pasar te vea tendido en mi
regazo
cual si fueras mi amante,
favor que a sin ningún astro jamás he
concedido.
Y a Saturno, vejete petulante
que por ser él el único que luce tres
anillos,
con los que alborotadas mantiene a las
estrellas,
quizás si se imagina que puede
impresionarme.
Y Venus, esa hipócrita y sensual
vampiresa,
que vive envanecida porque todos le alaban
su nefasta belleza,
y por creer que con ello tiene todo;
mas la muy simple ignora
que el todo nada vale si falta la
cabeza.
Sólo
el tremendo Júpiter, ese sultán del cielo
nos verá indiferente, pues él, en vez
de una
tiene en su harén más de una Luna”
“¿Más de una Luna? -murmuré yo
exaltado.
Cómo, también aquí se usa la
poligamía”.
Y olvidado del yugo que dejaba en la
Tierra,
echando a un lado toda mi flaca
honestidad,
añadí: “Reina mía, perla del
firmamento,
déjame aquí tirado
cuando me traigas de regreso”
Ante este presuntuoso ruego mío,
soltó una carcajada la muy tuna
y, cambiando de diálogo y de tono,
me gritó, señalándome una bolita
obscura:
“Baja que ya llegamos”. ¿bajar…bajar? ¿Y
cómo?
Viendo mi confusión, volvió a reír la
Luna
y a mirarme de un modo que me sentí
humillado.
Mas de ponto se me irguió mi dignidad
y pensé: “¿No soy hombre? Y si hombre
soy
¿qué puede a mi importarme dar desde
aquí un salto?
¿ Por qué arredrarme ante esta fluida
inmensidad
que
silenciosa e imponente a mis pies veo?
Yo soy en este instante un astro, más
que un astro,
Porque puedo idear, sentir, querer
y hasta darle alas y pico a mi
voluntad,
lo que esas tristes moles jamás podrán
hacer”
Y apenas acabé de pensar esto,
púsele una acerada cota a mi corazón,
hice un paracaídas de mi pensamiento
y me lancé al vacío como un
conquistador.
Así pasé una eternidad de angustia,
pero, al fin, como Triana,
pude gritar, alborozado: ¡Tierra!
y un segundo después, exclamar:¡Piura!
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Que rejuvenecida y embellecida estaba
la grausina ciudad, pero también ¡que muda!,
cual si estuviera de placeres harta.
Nada de ruidos de mundanas fiestas,
de cócteles-danzantes, de cabarets y
boites.
Nada de esas nasales cancionetas
radiales
con las que el yanqui, día y noche,
hace inútil derroche
de insulsa poesía,
ni de aquella simiesca
y fingida alegría
que, entre guiños, sonrisas y menos,
no escupen al rostro negroides
orquestas.
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Nada de ese nocturno flujo y reflujo
humano
que en toda ciudad grande es como un
reflejo
de la holgura y euforia del hombre
ciudadano.
Nada del jaranero rebullicio
de esas piuranas fiestas de arroz y
gallo muerto,
en las que, al alba, entre ayes,
puñaladas y tiros,
y ternos y suponcios, resultaban
una doncella menos y un hombre más
tendido;
ruidos que aunque a mil leguas del
terruño
un provinciano viva, jamás deja de
oírlos.
Estaban ya olvidadas y con ellas
las de otros tiempo noches de locos
parrandeos.
Ahora no, ya no la resalada marinera,
ni el quimboso tondero del mangache chichero,
que al son de enardecidos cantos
azuzaban guapidos y palmadas,
mientras las femeninas y túrgidas
caderas
tejían incitantes culebreos
y en torno a ellas un mozo endomingado
entre floreos de talón y punta
y alados giros de pañuelo, a estos
culebreos con los ojos
interpretaba y recogía,
a la vez que unas manos, manos de
estirpe zamba,
hacíanle cosquillas
hasta hacerla gemir, a la guitarra.
7
Una por una fui recorriendo sus
calles
exhumando recuerdos, como un
sepulturero,
y ellas, una por una, me iban
mostrando, ufanas,
los frontis jactanciosos de sus
modernas casas;
frontis tras los que yo dejé entre
beso y beso,
todo lo que en las horas del placido
embeleso,
del corazón se escapa.
Frontis tras los que hacían,
entre muros de barro y techumbres de
paja,
fosilizada y enclaustrada vida
la humilde plebe y la soberbia
aristocracia.
“Mírame como quieras -parecían
decirme-.
Hoy somos, para gloria y ufanía de
Piura,
la expresión de una nueva y pulcra
arquitectura,
de un arte que ha llegado a desafiar
al vértigo
y a darnos, para hacernos más esbeltas
y fuertes;
el cemento por músculo, por arterias,
el hierro”
8
Y en verdad que así era, para
alegría mía;
Pero también tristeza, ya que yo iba
anheloso
de ver lo que creía viviendo todavía.
¿Qué podría importarles mis viejos
recuerdos
aquellas moles frías, de pisos encumbrados,
que parecen estar siempre obstinadas
en mirar hacia arriba pero nunca hacia
abajo,
y como expresamente levantadas
para retar el tiempo, presumir poderío
y decirle al que pasa:
“Aquí vive ostentando y luciendo un
nuevo rico”
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Ya no estaban en ellas ,¡qué pena
y desencanto!,
las puertas y ventanas de mis
nocturnas citas,
francas las unas para recibirme,
entreabiertas las otras y en penumbra
sumidas,
mas de repente iluminadas
por los ojps radiantes de las que me
esperaban.
¡Ni los patios tampoco!
Tampoco esos regazos hogareños
de las viejas casonas,
donde, al vaivén arrullador de las
potronas
mecían los abuelos.
hartos de sol y de tedio provinciano,
todo lo que sentían y hacían en el
día,
todo lo que en la noche platicaban
después del chocolate y el rosario;
donde la muelle y celestina hamaca
servía para hacer el amor más piurano
y más real el contacto de los cuerpos
que desean, que se atraen y se aman.
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Todo esto no existía, ni siquiera
aquel rumboso y gran señor,
terriblemente mujeriego
y más terrible jugador,
que en las tardes salía
a regar por las calles gallardía
y a hacer latir a más de un corazón;
terciando al ambarino poncho de
vicuña,
el jipijapa hundido hasta las cejas,
un poco truhán y gacho,
desafiador el híspido mostacho
y jinete en bufante caballo braceador,
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Otro era el hombre de hoy, otro muy
otro,
Al que, sin verle, me lo imaginaba
ventralmente dichoso dentro su robe de
chambre,
despatarrado sobre ese mueble chato,
llamado falsamente confortabl e,
roncando y resollando fuellemente
y oliendo a wisky y a tabaco.
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¿Y la lírica Plaza, la gran Plaza
-tacita de oro de la urbe-
en donde las banderas, las letras y las armas
se juntan en los días clásicos y gloriosos
para incensarse con el himno de la Patria?
Ahí estaba, intangible, invitando al
reposo
y a la meditación, impregnada de
aromas
y de opulentas flores estrellada.
Y en el centro, como una diosa griega,
la Pola,
de pie, simbolizando hasta la
eternidad
a la que los libertos de Bolívar
llaman, cuando la necesitan, Libertad.
Sí, Libertad, pero a la que ellos,
en las horas menguadas en que la
ambición tienta
y hace al escarabajo dejar su
estercolero,
y que los pobres diablos se tornen
ricos diablos,
y que los Judas corran a ofrecerla en
venta,
sorprendan y mancillan, ebrios de odio
y anárquicos.
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Más y no la vi así. Para mí en ese
instante
no era la diosa augusta que el hombre
tanto exalta.
No pude verla como la viera yo de
niño,
cuando feliz, en torno suyo correteaba
y profanaba su silencio con mis
gritos.
Y es que entre flores y árboles no
puede estar bien nunca
la que a los hombres debe mostrarse siempre
libre,
sin nada que deslustre su porte
soberano,
forzosamente libre, para así poder
verla
como se ven las cumbres y los astros.
14
Hartas ya mis pupilas de blancura marmórea
Partí en pos de otra rozagante
placita,
en donde el gran maestro don Ignacio
Merino,
en traje de atelier, engorrado y
barbudo,
paleta en mano y pincel listo,
extraño a los tumultos escolares,
al desfile de fieles y sotanas,
a procesiones y estridencias de cobres
y tambores,
de bronces y castillos,
a todo es continuo barajas de la vida
ha mas de cuarenta años
hace ahí de Tilemón El Estilista.
Ah, si pintar pudiera,
qué telas las que pintaría,
qué trágicas escenas saldrían de sus manos,
cuánta tierra regada con sangre y
llanto de indio,
qué venganzas más fieras que aquella de Cornaro
y que amañadas ventas de títulos sin
títulos!
15
“¡Basta! -me dije-, y vamos a esa otra
en que Pizarro
erguido y arrogante, como buen
español,
Con la diestra extendida, parece que
quisiera
rasgar el firmamento y hacer parar el
sol”
Y ahí estaba, espada al cinto,
no desnuda, como la debiera ostentar,
y con la punta señalando el suelo,
para así, a quien le mire, recordar
aquel sublime instante de fe y resolución,
en que después de, enfático exclamar:
“Por allá se va a ser pobre y por aquí
a ser rico”,
trazó y paso la raya que lo
inmortalizó;
ésa raya que a todos los que quieren
triunfar
está pronto a trazarles el destino
16
¡
¡Y que turbión de encontrados pensamientos
me despertó la estatua del
conquistador!
¿Fue, por ventura, un simple hijo de
la fortuna,
que puesto en trance de jugar, jugó y
ganó
en macábrico estilo, a un soberano
una inmortal partida
frente a un tablero de ajedrez humano?
¿O fue en verdad, un codicioso
analfabeto,
venido en hora inoportuna
a destruirla rútila grandeza
de un desmedido y formidable imperio?
¿O es que el imperio le esperaba
porque ya estaba oliendo a muerto?
¿Fue un capitán ansioso de renombre y
de gloria,
O un rudo y sanguinario aventurero,
sin más ideal que el de sembrar la
muerte
para sentir, a la hora de la cosecha
trágica,
el goce embriagador del éxito?
¿O si fue un hidalgo que traía
en su ardiente e impetuosa sangre
hispana,
como un presente rico,
los vicios y virtudes de su raza?
Quise decir lo que realmente pienso
de esta figura hispánica y egregia,
pero sentí sobre mis labios la mano de
un gallego
y en mis ojos, la altiva mirada de un
Cepeda.
17
¡Adiós! -murmuré, haciéndole una rendida venia
y
aligero, avancé por una ancha avenida,
tal como si llevara en los pies alas
y fuera presidiéndome una estrella.
hasta de pronto dar, al final de ella,
como si etuviera siglos esperándome
con nuestro altísimo señor El
Almirante,
aquel para quien ya toda alabanza
sobre
y cuyo nombre está, de sur a
norte,fulgurando
junto al que con su espada
trazó en marina página el infeliz
Balboa.
18
No se dignó mirarme el Gran Señor del
Mar,
Si quiso con sus ojos darme un baño de honor.
Hizo bien. ¿Para qué fijar en mí sus
ojos
si por delante de ellos tiene
algo más alto y digno que mirar,
algo que, así pasaran siglos,
jamás podrá olvidar?
Por eso su actitud de serena quietud,
que fue tan propia dél y tan marina,
y con la que el artista quiso, en su
inspiración,
trasuntarle en el bronce para la
eternidad,
diríase que estaba preguntándole a
Piura:
“¿Por qué me encuentro aquí? Mi
Huáscar ¿dónde está?
Más como yo a sus pies viera un cañón.
y bajo dél, levada un ancla,
sintiéndome aludido, como piurano
viejo,
íntimamente contesté:
“Para esas dos preguntas, ¿qué mejores
respuestas
que las que tiene ahí a sus pies?”
19
Luego, como pensase que verle, solo
verle
no era bastante para dejarle como
ofrenda
el pan y el vino de mi admiración,
abatí humildemente la cabeza
y comencé a rezarle esta oración:
“Padre nuestro, que estas en esta
tierra,
A la que amaste tanto tú, hoy mutilada
Por obra de la buena vecindad,
glorificado sea en todo tiempo tu
nombre;
venga a nos lo que siempre ha sido
nuestro
hágase lo que tu osadía y voluntad
hicieron en el mar
cuando eras tú su incontrolable dueño;
el pan nuestro de cada día
dádnoslo, Señor, siempre
para que no padezca hambre tu pueblo;
perdónanos nuestras deudas, ésas que
por la sangre
que derramaste por nosotros, te
debemos,
y no nos dejes caer, desde hoy en
adelante,
en la nefanda tentación
de querer ser todos tus hijos
amos y conductores de este suelo,
cuando sentimos todavía en las
entrañas
los gemidos del siervo.
Sólo así, padre nuestro, podrá decir
confiado
el peruano de hoy al de mañana
que si moriste no moriste en vano”.
20
Parto luego de cara hacia el Oriente,
ávido de mirar, quizá si por vez
última,
el río…el río. El río de mi querida
Aldea,
al que yo recibía, cuando aPiura
llegaba,
entre salvas y música, campaneo y
petardos,
más alegre que un niño cuando le dan las pascuas.
Y héme
ya en pleno puente,
en aquel férreo brazo que todo Piura
llama,
por amor a la costumbre:
El Puente, El Puente, sitio en donde
en las tardes tórridas
la abochornada gente sale en pos de
respiro
y, media displicente, vuelca sobre él
su tedio
le pide un beso al aire y una caricia
al río:
para luego, al amparo de la propicia
noche
ante las tentaciones del barrio
tacaleño
-costilla de la urbe- ir a embrujarse
un poco,
entre salú y salú de hembras
jacarandosas,
chicha, música, baile y secos de
chabelo.
¡Ah, qué emoción tan grande
la que al pisar el puente siento!
El pecho se me ensancha, engallo el
busto
y me bebo de un golpe un trago de
contento.
Lanzo una inquisidora mirada a las
tribunas
Y, ¡oh sorpresa!,¡oh sorpresa!, a nadie
en ella veo.
¡A nadie!...Y,sin embargo, no me apeno
porque bien sé que seguirán siendo las horas
en que el sol le dicha al día: ¡Hasta
luego!,
solaz, tertulia y mentidero.
Aunque yo en ese instante las veía
como sepulcro de recuerdos.
21
Hago una mueca desdén y avanzo
para sentir el goce deber correr el
agua
y ¡Dios mío! En vez de agua arena,
arena, arena
la intrusa incontenible, la taimada,
la que convierte todo lo que cubre en
desierto
semejando una pálida mortaja
sobre el enjuto y desolado lecho.
Burlada mi esperanza,
casi una maldición contra la intrusa
echo,
pero ahí mismo replegó sus alas
mi furia y terminé sonriendo.
Y es que el río, mi río, ése que yo
quería
Ver corriendo impetuoso e imponente
El Río de mi Aldea, ése yo lo sentía
por el cauce de mi alma corriendo
todavía
22
No tenía, pues por qué entristecerme,
Ni ante lo irremediable condolerme.
Leal a las recónditas razones de mi
viaje,
volví a hacer un viraje
y pues nuevamente proa a la Plaza de
Armas,
donde seguramente resentida
por mi aparente olvido
la abuela de la urbe, La Casona
esperando una abrazo de mis ojos
estaba.
23
Más no habría avanzado ni cien
pasos,
traumatúrgicamente aparecido
cuando de pronto un alobado perro
y seguido por una ululante jauría,
que, más que jauría, parecía
gente perrunamente disfrazada,
en son de caza, me salió al encuentro
tal vez si porque al verme pensaría
que era yo de los que en las noches
salen a disputarle a los mendigos y canes
sus festines de huesos.
Y tras de la jauría, un presuntuoso
gallo,
cantando, cacareando y escarbando
con aire matonesco, el suelo.
Solté una risa flagelante y me detuve,
y, entre burlón y en serio,
le hablé así a la canina muchedumbre;
“¿Cómo, que no me habéis reconocido?
Yo soy piurano, tan piurano
como lo sois vosotros,
pero con esa diferencia; que no ladro
y sólo cuando me provocan muerdo;
ni tengo cuatro pies, ni rabo
para hacer con él fiestas,
ni se hizo el collar para mi cuello,
ni para lamer manos, mi lengua.
Oledme bien, oledme bien, míseros
perros,
y veréis que sigo siendo el mismo hombre
de ayer,
el mismo que pidió por vuestra raza
piedad más de una vez.
¡Basta ya de ladridos! Dejadme el paso
franco,
que no estoy para perros”. “Y ante
estas voces mías
la enfurecida turba y el presuntuoso
gallo,
tal como aparecieron se esfumaron.
24
Y al fin podré enfrentarme con mi vieja Casona
al fin y, emocionado hasta los
tuétanos
púseme a contemplarla, entristecido,
por ser yo para ella un hombre extraño
después de tantos años haber sido su
dueño.
¡Ah que cambiada estaba!
Un anacrónico antifaz
le había enmascarado su centenario
gesto
y volatilizado su invalorable pátina,
ésa que le da lustre a lo que besa el
tiempo.
25
Y mi contemplación fue tan
intensa
que yo mismo me fui sugestionando
hasta oir una voz que me decía:
“Vuelves después de muchos años
que casi ya olvidado te tenía.
Sólo de tarde en tarde de ti me habla
Matalaché, tu hijo, aquel mulato
que salió erguido y retador de tu
pensamiento
y a quien esta ciudad, en aquel tiempo
hipócrita
repudió y quiso hacer con él un
linchamiento.
¡Todo por ser altivo y no ser blanco!
Recuerdo en este instante de una noche
en que, luego de abrir de un puntapié
el portón
y de reír con su africana sonrisa
bicolor;
a la que él, por ser roja y blanca,
llama, un poco envanecido, peruana,
díjome: “Oye, abuela; si tú estás
orgullosa
solo porque aquí tuve la suerte de nacer
¿qué diré yo que he visto, ayer no
más, ¡ayer!
desfilar por las limeñas calles,
aclamado, vitoreado y aplaudido,
a uno de ms vástagos;
arrogante, de pies, sobre un extraño
carro,
iluminado el atezado rostro
por el fulgor de las miradas femeninas
para acabar después sentado,
entre genuflexiones y serviles
sonrisas;
en la casa gloriosa de Pizarro
¿Qué diré yo si este Piura mismo,
donde me acribillaron a burlas y
dicterios
viendo estoy, asombrado, a más de un
nieto mío
libre ya del temor de ser echado
en una hirviente tina de jabón
por atreverse a amarlo prohibido,
haciendo hoy de marido, de dueño y de
señor
en la orgullosa calle que está de
espalda al río”·
26
Y continuó la voz diciendo:
“¿Vienes con intención de entrar? Lo siento,
porque ya nada tuyo encontrarás
adentro
Todo lo que quisiste, todo lo que
dejaste
y gozar y sufrir te hizo
selo llevó la muerte,
o fue por otros mundos regándolo la
suerte.
Y sé porque con pena me has mirado
en vez de haberme en alegría envuelto.
Sí es verdad que he dejado de ser tuya
tú sigues siendo siempre mío.
Hoy son otras las vidas y las cosas
que en mi seno se juntan y se agitan.
A las carreras locas de tus hijos
a sus jocundas risas
y a sus rabiosos lloriqueos han
sucedido
concisas y marciales voces de mando,
y quepís y galones, y entorchados y
espadas.
Y en vez de las muñecas y los soldaditos
que la curiosidad de tus hijos dejaban
rotos y abandonados en el piso,
hay otros soldaditos que andan hablan
y comen
y que no pueden romper los niños
porque están hechos para ser rotos por
los hombres
Deja ya de mírame
y de querer pasearme por dentro.
Abre los claros ojos de tu mente
y así verás mejor lo que hay adntro”
27
Y repentinamente se aplacaron
mis férvidos deseos.
Más ¿qué hacer en este trance
inesperado?
¿Quedarme ahí, como un fakir nirvanizado?
¿Volverme al punto de partida,esparcí
Frente a esta odiosa duda,
esparcí una mirada por el cielo
en busca de mi amiga, la generosa
Luna,
para ver si me daba algún consejo
o estaba pronto a recibirme
nuevamente en sus brazos
pero en vez de su plácida y carrilluda
faz
loque sentí en los ojos fue un rayito
de sol que, cual un niño,
tal vez tomándome por un juguete
con
mis arrugas púsose a jugar.
Me incorporé, ceñudo, me restregué los ojos
para así convencerme
de que me hallaba dentro de la realidad,
y luego de lanzar un esplinático
bostezo,
vínoseme a la mente de repente
este desleal
e ingrato pensamiento:
“¿Mejor no hubiera sido no despertarme
nunca
o haberme para siempre quedado sin
regreso?”
pero al ver que al lado mío reposaba
la heroica redentora de mi vida,
la que al unirse a mi cambió mi ruta
y en donde encontró espinas puso
rosas,
me desdije y pensé: “¡Perdón, querida!
La realidad contigo es más hermosa”.
Tacna, febrero de 1951